Niveles récord de quema de gas mundial aumentan la crisis climática

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En pleno avance de los compromisos globales por la sostenibilidad, el mundo asiste a un preocupante retroceso en una de las prácticas más contaminantes de la industria energética: la quema de gas natural durante la extracción de petróleo. En 2024, esta actividad alcanzó su nivel más alto en casi dos décadas, intensificando tanto el desperdicio de recursos energéticos como el impacto ambiental derivado de las emisiones no controladas. Esta tendencia, lejos de revertirse, refuerza la necesidad de acelerar políticas efectivas que transformen el desperdicio en oportunidades de desarrollo sostenible.

Cifras que contradicen las metas globales

Durante el último año, se quemaron aproximadamente 151.000 millones de metros cúbicos de gas natural en operaciones petroleras alrededor del mundo. Esta cifra representa un incremento de 3.000 millones respecto al año anterior y confirma que la práctica sigue arraigada en el modelo de producción de hidrocarburos, pese a los compromisos asumidos por los países para erradicarla antes de 2030.

El volumen de gas desperdiciado se traduce en una pérdida económica calculada en 63.000 millones de dólares. Junto al costo económico, el impacto ambiental es más severo: esta operación ha producido aproximadamente 389 millones de toneladas de gases con efecto invernadero. De esta cantidad, se estima que 46 millones de toneladas provienen del metano que no ha sido quemado, un gas de invernadero con un potencial de calentamiento global significativamente mayor que el CO₂ en un período breve.

Diferencias regionales y desigualdades en los progresos

Un análisis de la distribución geográfica revela que tan solo nueve países son responsables del 75 % del total de la quema global, a pesar de que no representan ni la mitad de la producción mundial de petróleo. Esta concentración sugiere un desequilibrio en la aplicación de tecnologías y marcos regulatorios, así como un margen importante de mejora si se replicaran las buenas prácticas aplicadas en otras regiones.

El ritmo de avance también varía según el grado de compromiso. Los países que han adherido a iniciativas para eliminar la quema rutinaria de gas han logrado reducir en promedio un 12 % su intensidad de quema desde 2012. En contraste, aquellos que no forman parte de estos compromisos han incrementado su intensidad en un 25 %, lo que evidencia la eficacia de los marcos de cooperación internacional, pero también la urgencia de ampliar su alcance.

La paradoja energética: malgasto en medio de escasez

La persistencia de esta práctica resulta especialmente contradictoria si se considera que más de mil millones de personas en el mundo aún carecen de acceso a energía fiable. En este contexto, desperdiciar volúmenes masivos de gas natural —un recurso valioso que podría aprovecharse para generación eléctrica, calefacción o procesos industriales— representa una pérdida de oportunidad para avanzar hacia una transición energética justa, inclusiva y eficiente.

El gas quemado en estas operaciones no solo se pierde como fuente de energía, sino que también representa una amenaza ambiental directa. En muchos casos, la quema no es completa, lo que provoca la liberación de metano y otros contaminantes sin procesar. Estas emisiones no reguladas agravan el calentamiento global y dificultan el cumplimiento de los objetivos climáticos acordados en foros multilaterales.

Opciones disponibles, falta de acción

Frente a esta problemática, existen alternativas técnicas y normativas que permiten reducir drásticamente la quema y aprovechar el gas capturado. Soluciones como la instalación de infraestructuras para la reinyección del gas, su uso in situ como combustible, o su tratamiento y distribución como fuente de energía comercial, ya han demostrado su viabilidad en distintas regiones.

No obstante, para implementar estas soluciones a gran escala, es crucial contar con apoyo de políticas públicas coherentes, inversiones en infraestructuras y reformas regulatorias que impongan la captura y utilización del gas. Del mismo modo, es esencial fortalecer las capacidades institucionales y técnicas de las naciones con altos niveles de quema, proporcionándoles herramientas para supervisar y gestionar esta práctica de manera eficiente.

Supervisión vía satélite y esfuerzo por la transparencia

El monitoreo de esta actividad ha mejorado en los años recientes gracias al empleo de tecnología satelital moderna. A través de sensores infrarrojos, se puede detectar y medir la quema de gas desde el espacio, lo que facilita una valoración más exacta y clara del avance hacia el objetivo de erradicar esta práctica antes del año 2030.

Este método de seguimiento se convierte en un recurso esencial para incrementar la responsabilidad, mostrar el progreso y estimular una competencia constructiva entre naciones y operadores. Sin embargo, las cifras más actuales indican que el objetivo sigue siendo un desafío distante.

Un desafío urgente para la acción climática

La flaring de gas natural constituye una de las fuentes más prevenibles de contaminación industrial, con efectos que van más allá del ámbito local y repercuten directamente en las iniciativas globales para combatir el cambio climático. La continuidad de esta actividad cuestiona la consistencia entre las declaraciones políticas y la situación operativa en el sector energético.

Progresar hacia su eliminación no solo es realizable, sino esencial. Utilizar el gas que se desperdicia, disminuir las emisiones y redirigir las inversiones hacia soluciones limpias son pasos fundamentales para alcanzar las metas de descarbonización y garantizar un futuro energético más sostenible y justo.

Por: Pedro Alfonso Quintero J.

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